sábado, 15 de octubre de 2011

Sin título #1

Esto lo escribí cuando tenia 16 años.






Despertó, aun no abría bien los ojos y todo le daba vueltas en la cabeza. Aun estaba oscuro,abrió los ojos, era de madrugada. Recogió sus cosas, las metió en su cartera y se fue. Más tarde ese día en su casa, la pobre muchacha tenía una de las peores resacas de su vida, sus padres ni siquiera la miraron de frente. ¿Acaso ellos se preocupaban por ella? A nadie le importó, ni a su hermano menor. 
Todos salieron, la dejaron sola. Ella entró al baño, se dio una ducha, la más triste de todas, sintiendo que a nadie le importaba su vida, su corta vida. El agua y las lágrimas se confundían en el largo camino por su cuerpo, cuando se arrugaron las yemas de sus dedos, cerró la ducha pero no dejó de llorar. 
Con solo dieciséis años, había encontrado la tranquilidad en las bebidas, en sentirse adormecida por el alcohol, pero ahora que todo había empeorado, parecía que no había salida. Sus padres solo querían lo mejor para ella, pero por algún motivo extraño no podían demostrarlo como era debido. Ella tampoco pudo entender, era muy joven. 
Peleas todos los días, discusiones por los más absurdos motivos, sacaban a relucir lo peor de cada uno. Su madre tan comprensiva e impotente ante el padre tan dominante e hiriente; y la pobre muchacha confundida sin poder planear un futuro, con la cabeza llena de amenazas, castigos y palabras duras que solo mataban su espíritu. 
Eres una vergüenza para mí- decía su padre. 
Y ella solo lo miraba, mientras en su mente rodaban las imágenes de su infancia: 
Papá la llevaba a pasear, papá la llevaba a comer helado, papá le enseño a nadar, papá era su protector. 
Nadie pudo ver como esas palabras la rompían por dentro, ya las lágrimas no eran suficientes. 
Ella pensó que dolor solo sanaría con dolor, y así trató de remediarlo. 
La muchacha quería sangre, quería heridas que le hicieran olvidar lo que de verdad sentía, disfrazar el dolor con otro artificial. 
Quizás lo vió en la televisión, quizás lo había leído en una revista, pero en ese momento nacieron en ella las ganas de herirse a sí misma. 
Buscó un objeto afilado, y procedió lentamente viendo como se abría de pocos la piel de su brazo. 
Cuando logró su cometido, dejó de sentir y se quedó dormida. 
Su novio vio la cicatriz, dijo cosas sin sentido, él tampoco la quería como ella necesitaba ser querida, el tonto pensó que con un beso se curaría, ignorando la verdadera herida tan profunda e impalpable. 
Los ojos no dicen toda la verdad, no hubo alguien que pudiera ver sus sentimientos, no hubo alguien a quien le importara de verdad. 
Cuando fue demasiada la tristeza, el cuerpo de la pobre muchacha, tan débil, no soportó más. Parecía desmayarse, sin fuerzas. De repente ella se encontraba reposando en su cama, pálida y triste. Su madre no entendía porque estaba enferma, tan débil. Fue solo entonces, cuando su padre vio la tristeza de su hija. 
Cuando ella estaba sola, descansando, el padre entró a su habitación; con la cabeza casi baja pidió perdón. El sabía que era su culpa, que sus palabras dolían y que el dolor que le causo se había convertido en enfermedad. 
Ella recobró fuerzas, tomo días, medicinas pero el mejor remedio fueron esas palabras de perdón y la promesa de que sería comprendida, en un tiempo volvió a sonreír, pero las palabras que duelen son difíciles de borrar. Nada dicho puede ser retirado, son solo palabras pero los sentimientos que provocan son como huellas eternas, como tatuajes por dentro. 
Solo nos hieren de verdad las personas a las que amamos, solo esas personas nos mantienen al borde de estos dos sentimientos: la alegría y la tristeza.

Un día como hoy

Me levanté de la cama y sabía que tenía que hacerlo: crear este blog y empezar a publicar mis relatos.
Me gusta escribir.
Saludos y bendiciones a todos


M.